Pocos trabajos hay tan lucidos como el de actor secundario. Tienen menos críticas, y muchas más posibilidades de convertirse en artistas de culto que los protagonistas. Desde Luis Ciges a John Turturro, pasando por Morgan Freeman o Chus Lampreave. Son mitos. En el deporte pasa algo parecido. El más famoso de los eternos segundos, el ciclista Poulidor, emocionó al público más que el frío Anquetil, que le ganaba siempre. Y el nombre pasó a la historia para definir a cualquier orgulloso perdedor. Pero en política, la especialidad a la que dedico mi afán de periodista, los secundarios tienen un papel mucho más ingrato.
Si lo hacen bien, esto es, si dicen cosas razonables, son sensatos y constructivos, sus posibilidades de aparecer en los medios son mínimas, por ser secundarios. "Solo sales si dices una tontería o insultas a tu rival de forma feroz", lloriquea uno. Lo saben todos, y lo asumen. Por eso los secundarios en política se concentran en un solo punto: exagerar. "Cuando hablo yo, ya han salido todos los primeros espadas. Es imposible que me lleve un titular, a no ser que diga una burrada", se derrota uno. Y así tenemos lo que tenemos.
En pleno Mundial de fútbol, la guerra por la metáfora definitiva dejó destrozos irrecuperables. Uno tachó al rival de vuvuzela, otro le contestó que él era tan impredecible como un balón Jabulani. Y otro lanzó el remate final: "Todos los españoles tenemos el corazón a la izquierda y cogemos el mando con la mano derecha, La Roja es de todos". Cuanto mayor sea la chorrada, más posibilidades de éxito tiene. Seguro que les ha pasado. Están viendo el telediario y piensan ¿Se darán cuenta los políticos de las tonterías que están diciendo? Tengo una mala noticia para ustedes: sí, muchos se dan cuenta, y algunos hasta pasan vergüenza, pero oiga, es un trabajo duro y ya les digo, la única manera de triunfar de un secundario.
A veces improvisan. Pero lo peor es que esas frases están casi siempre estudiadas y preparadas en sesudas reuniones con asesores. Tipos con muchos estudios, profesionales ambiciosos que se enfrentan cada madrugada -porque si eres el primero en decirlo triunfarás más- a la necesidad de encontrar una sandez ingeniosa para colocarla en el durísimo mercado del total, que es como se llama a los 15 segundos televisivos que marcan el éxito o el fracaso del día. Llámenme hipócrita, pero yo en estos días envidio el arte de estos currantes de la política. Mi hija nace mañana, y en esta casa no es que sea secundario, es que he dejado de existir. A ver si se me ocurre un buen total para que me hagan caso.
ARTÍCULO ENVIADO POR DAVID G-M
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