martes, 14 de diciembre de 2010

Es una lata el trabajar

Como es el último día en mi trabajo, la administración es así,,, para empezar mi nueva etapa con buen pie, he dicidido hacerlo con una canción de dos mitos,,,, Luis Aguilé y Fernando Esteso



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Hilos cortados (ANTONIO MUÑOZ MOLINA)

 IDA Y VUELTA

 
A pesar del ligero temblor y de la torpeza que ha ido adquiriendo su mano derecha con el paso de los años Ernest Michel todavía conserva una letra excelente. La usa para escribir despacio y con claridad, sobre cartulinas rayadas, palabras clave que le servirán para despertar recuerdos, o para asegurarse de que la mente no se le queda en blanco inesperadamente, delante de un público que atiende en un silencio sobrecogido a su historia. A los 86 años, Ernest Michel continúa viajando a casi cualquier parte donde lo llaman para dar testimonio sobre sus años de cautiverio en Auschwitz, pero se ha dado cuenta de que la memoria se le está debilitando, igual que la calidad de su caligrafía. 
Puede revivir sin ninguna dificultad escenas sucedidas en el campo de exterminio hace más de sesenta años, recordar palabras, conversaciones enteras, pero en la memoria del presente se le abren cada vez más espacios en blanco. En vez de la tentación de capitular lo que siente es una urgencia todavía más acusada de seguir contando, y por ese motivo escribe cosas en las fichas de cartulina y las lleva consigo, para asegurarse de que el olvido de lo más próximo no le borra el acceso a tantos recuerdos exactos y lejanos. Y el mismo acto de escribir es ya una invocación, porque fue la caligrafía lo que le permitió sobrevivir a Ernest Michel: agotado, enfermo, muy cerca de la muerte, levantó el brazo cuando en una formación alguien solicitó un voluntario que tuviera buena letra. Él la tenía excelente: se había adiestrado como calígrafo antes de la guerra. Lo destinaron a la enfermería, a redactar certificados de defunción y listas de los prisioneros que eran enviados a las cámaras de gas. Trabajar sin mucho esfuerzo físico bajo techado y no a la intemperie del campo multiplicaba la posibilidad de sobrevivir, explicó Primo Levi. Copiando con su letra impecable los nombres de los muertos Ernest Michel se salvó de ser uno de ellos: ahora escribe todavía, cada vez más despacio, la letra agrandada y más bien torpe, y el hilo de la tinta es tan obstinado y tan frágil como el del recuerdo, y no tardará mucho en quedar interrumpido.

Lo ha dicho Jorge Semprún, en su discurso de hace unas semanas en la explanada invernal de Büchenwald, donde el viento frío agitaba las banderas y los mechones blancos de los últimos prisioneros, 65 años después de la liberación del campo: uno por uno los testigos se extinguen, y dentro de poco la tarea del recuerdo corresponderá a otra generación. No es la primera vez que Semprún reflexiona en público sobre ese tránsito de la memoria viva a la gradual vaguedad y abstracción de lo histórico, pero sí la primera vez que lo expresa con tan desolada inmediatez, en primera persona: dentro de cinco años, dice, cuando se repita esa ceremonia, él ya no estará.
Semprún confía en los escritores de ficción como depositarios de ese legado de recuerdos. Yo no estoy seguro de que la ficción tenga mucha utilidad a la hora de mantener presente lo que no debe olvidarse. Por respeto al sufrimiento de tantos millones de seres humanos, la libertad de inventar ha de estar separada por una frontera bien visible de las narraciones rigurosas de lo sucedido. Y en un mundo en el que hay tan poco espacio público para el conocimiento de los hechos históricos, tan poca idea del lugar relativo del presente en una secuencia temporal muy anterior a nuestras vidas, la ficción puede servir sobre todo para banalizar y sentimentalizar el espanto, para hacerlo digerible y al mismo tiempo confinarlo en una distancia tranquilizadora, "de época".
No hay ficción que esté a la altura del fulgor seco de los hechos. No hay ninguna necesidad de inventar cuando todavía queda tanto por saber, y sólo el conocimiento lo más exacto posible concede alguna medida de restitución. El que ha vivido cuenta lo que ha visto. A quienes escuchan les corresponde la tarea de prestar atención y aprender lo más posible, para que el olvido no pueda absolver a los verdugos. Yo pienso con remordimiento en tantas personas de las que pude haber aprendido y a las que no pregunté, por descuido, por indiferencia, por creer que estarían siempre disponibles. Cuánto pudimos y debimos preguntar cuando aún había tiempo, cuando estaban lúcidas y en plenitud de facultades personas que habían vivido la República, la guerra, la Resistencia en Francia, los campos de concentración alemanes, la negra posguerra española: cuántas historias como las que no ha dejado nunca de contar Ernest Michel nos hemos perdido. Leyendo su testimonio me he acordado de mi amigo Antonio Colino, que tenía más de noventa años cuando me cité con él una tarde para que me contara sus recuerdos de la guerra en Madrid. Sacó del bolsillo una hoja cuadriculada en la que había apuntado las cosas que no quería que se le olvidaran. Pero el hilo se había vuelto borroso, y muy poco después se cortó para siempre.
Gracias a la mediación de William Chislett acabo de descubrir un yacimiento de memoria del que no tenía ninguna noticia, que se ha abierto delante de mí como un país entero hecho de negrura: sabemos bastante de las vidas de los republicanos españoles en los campos de concentración alemanes, pero yo no tenía ni idea sobre los que acabaron en los campos soviéticos. Chislett, buscador de libros sin sosiego, me ha dado noticia de un trabajo de investigación doctoral de Luiza Iordache, Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956), publicado hace dos años por el Institut de Ciències Politiques i Socials de Barcelona. 

La historia despierta más angustia al comprender el poco caso que se les ha hecho a los testigos y la rapidez con la que uno por uno se estarán extinguiendo. Jóvenes aviadores republicanos que a principios de abril de 1939 estaban terminando sus cursos de pilotos en la URSS y ya no pudieron salir del país; marineros de buques mercantes que habían llevado armas y suministros a la España republicana y se quedaron atrapados en el puerto de Odessa al final de la guerra; niños en edad escolar enviados a la URSS, extraviados en la guerra y la miseria, condenados a trabajos forzados en los campos más crueles de más allá del Círculo Polar Ártico; militantes comunistas que al llegar a lo que habían imaginado como un gran paraíso se encontraron en el interior de una cárcel. 
Querer marcharse de la URSS ya era de antemano un delito: entre los documentos pavorosos que ha rescatado Luiza Iordache están las pruebas de la saña inquisitorial con que los dirigentes del Partido Comunista Español en Moscú persiguieron a los compatriotas o ex camaradas que se atrevieron a manifestar alguna forma de disidencia. El libro de Iordache está lleno de listas de nombres que yo no había escuchado nunca, de libros de memorias publicados o inéditos de los que yo no tenía noticia. Una vez que el hilo se corta ya no hay manera de repararlo. Algunas formas extremas de olvido no serían posibles sin una especie de conspiración colectiva.
Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956). Luiza Iordache. Institut de Ciències Politiques i Socials. Barcelona, 2007. 142 páginas. 15 euros.  
Promises to Keep. One Man's Journey Against Incredible Odds. Ernest W. Michel. Barricade Books, 2008. 320 páginas.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Rubalcaba piensa en retirarse y descarta suceder a Zapatero


El vicepresidente primero del Gobierno y ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, zanjó ayer de un plumazo los rumores que le apuntan como el delfín del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. En una entrevista para Radio Nacional de España, aseguró que "hace tiempo" que piensa en su retirada de la política y que sabe que está "recorriendo los últimos metros".

Rubalcaba, además, negó que "sea eterno", puesto que en la política "se desgasta uno y pasa como en el fútbol, que no son los años que tienes sino los que llevas". Y "yo llevo muchos", subrayó el vicepresidente, quien afirmó que los políticos son como cualquier persona, que se cansan, se aburren y a veces se sienten frustrados y piensan que no pueden dar más de sí.
En este sentido, resaltó que sabe "que está recorriendo los últimos metros" y que, por eso, se siente más libre al no tener ya una carrera por construirse y si acaso tiene la preocupación "de cómo te vas". "Llevo pensando en la salida hace tiempo, es más, si por mí hubiera sido no estaríamos aquí sentados", aseveró Rubalcaba durante la entrevista.
Dijo, asimismo, estar "empate" con el PSOE, ya que le está muy agradecido pero al mismo tiempo el partido le debe agradecimiento porque ha dado la vida por él y por los ciudadanos.

El itineriario suicida del PSC (Francesc de Carreras)


Tras las elecciones catalanas del domingo, algunos se interrogan sobre la influencia del actual desgaste del Gobierno de Zapatero en la debacle del PSC. Los factores que contribuyen a determinar un resultado electoral son variados, pero, en este caso, la responsabilidad del PSOE es muy menor y las verdaderas causas del desastre hay que buscarlas en el itinerario de los socialistas catalanes durante los últimos diez años. Veamos.
En las autonómicas de 1999 el PSC obtuvo 1.183.000 votos; el domingo, 570.000, menos de la mitad. Desde 1999 el descenso en las autonómicas ha sido continuado, en las generales, por el contrario, el aumento de votos ha sido constante: en porcentajes se ha pasado de un 34% en el año 2000 a un 45% en el 2008. A cada uno lo suyo: la pérdida de apoyo electoral de los socialistas catalanes es culpa del PSC, no mezclemos al PSOE en esto, ya veremos qué sucede en las próximas generales.

Todo el embrollo empezó a principios del 2000. Un par de meses antes, Maragall, por la mínima, no había logrado vencer a Pujol en las elecciones a la presidencia de la Generalitat. A raíz de este resultado, los socialistas catalanes llegaron a la conclusión de que sólo podrían gobernar la Generalitat si buscaban aliados. Descartado el PP, que estaba dando apoyo a CiU desde 1996, las opciones quedaban reducidas a ERC, que estaba en alza, y a ICV, aliado habitual. Lo importante, y nuevo, era ganarse a ERC, hasta entonces un partido independentista en la órbita de CiU pero con una nueva y reciente dirección que quería rectificar. Pactar con un partido independentista era meterse en un campo minado. Pero la táctica en el corto plazo de los socialistas pudo más que la prudencia en trazar una coherente estrategia de futuro.

Fue entonces, a principios del 2000, cuando propusieron a ERC algo que este partido venía defendiendo en solitario desde 1980: la reforma del Estatut. En prenda de garantía, para demostrar que la cosa iba en serio y aprovechando la debilidad del PSOE en aquellos momentos, también propusieron a ERC formar grupo parlamentario propio en el Senado, desgajándose así los socialistas catalanes del grupo del PSOE. De buena gana aceptó ERC semejante regalo e, inmediatamente, se pusieron manos a la obra: en el Parlament se constituyó una comisión de estudio para reformar el Estatut de 1979 y en el Senado se constituyó el grupo de Entesa Catalana de Progrés. Ahí empezó la alianza PSCERC, que ha terminado –tras siete años de precaria gloria– por conducir al los socialistas catalanes al peor resultado de su historia.

En el entretanto, el tema casi único ha sido el Estatut: elaboración, aprobación y sentencia del Tribunal Constitucional. Diez años malgastados y con un PSC prisionero jugando en terreno ajeno. En todo caso, esta alianza dio sus frutos. En diciembre del 2003 se constituía el primer gobierno tripartito, presidido por Maragall, a pesar de los malos resultados obtenidos en las elecciones del mes anterior (152.000 votos menos que en 1999). Entramos entonces en tres años de frenesí estatutario: lo único que se recuerda de este periodo es que, tras su tortuoso proceso, se aprobó un nuevo Estatut que no obtuvo el consenso en el Congreso ni en el Senado y que fue aprobado por un escaso 35,78% de votos afirmativos en Catalunya con una participación de sólo el 48,9%. Se disolvió el Parlament y se convocaron nuevas elecciones con Montilla sustituyendo a Maragall como candidato del PSC.

Si en el PSC, como se dice, hay dos almas, la nacionalista y la no nacionalista, Montilla representaba la segunda. En todo caso, las nuevas elecciones del 2006 constituyeron otro serio revés: el PSC perdió 235.000 votos respecto al 2003. Pero como los partidos del anterior Govern sumaban mayoría, el tripartito repitió. Se esperaba queMontilla pusiera un cierto orden en el Govern. No se le atribuía una gran capacidad de gobierno, pero sí prudencia y sensatez: su lema –"hechos y no palabras", tras toda la palabrería estatutaria– inspiraba cierta confianza. Pero el problema principal no eran las personas, sino la composición del Govern: socialismo y nacionalismo independentista no podían cuajar. ERC es un partido antisistema que pretende a corto plazo desintegrar Catalunya de España y, como es natural, hace todo lo posible para lograrlo. ICV, por su parte, tampoco colaboró en dar seriedad al Govern.

En definitiva, hubo muy pocos hechos y las palabras que se oyeron fueron las nacionalistas de ERC y las ecologistas de ICV. El PSC estaba desdibujado, sin personalidad, arrastrado por la corriente. La gestión de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut fue nefasta para los socialistas: Montilla convocó una manifestación con mayoría independentista y escapó por piernas en cuanto pudo. A la vuelta del verano, las elecciones del domingo con una desastrosa campaña electoral.

Así pues, tras un itinerario suicida, los socialistas catalanes, en su prolongado harakiri, han llegado, de victoria en victoria, hasta la derrota final: 226.000 votos menos que en el 2006, acumulando desde 1999 una pérdida total de 613.000. Parece que, al fin, han entrado en periodo de reflexión.
Francesc de Carreras
La Vanguardia (2.12.2010)

jueves, 9 de diciembre de 2010

Pajín: "La ministra puede nombrar a quien le salga de los cojones"

Sólo faltaría que la ministra no pueda nombrar a quien le salga de los cojones. Leire Pajín, 17-11-2010. Quinta planta de la sede del Ministerio de Política Social y Sanidad, sito en el número 18 del Paseo del Prado (Madrid).
Esta frase lapidaria y exenta de educación tiene una explicación, aunque seguramente no una justificación. La titular de Política Social y Sanidad convocó el día 17 de noviembre, un día antes de su debut en el Congreso tras lograr su nuevo cargo, a todos los diputados y senadores de las comisiones de su ámbito de actuación. Era una comida, en cierta medida, informal y destinada a que los aforados conociesen al gabinete creado por Pajín.