ROSA MONTERO 11/01/2011
Qué desconsuelo tener que comenzar el año viendo la expresión radiantemente boba de Hussain Qadri, el asesino del gobernador del Punjab, de quien era guardaespaldas. Hussain, de 26 años, metió una veintena de balas en el cuerpo del político paquistaní y luego se retrató con el rostro iluminado por una sonrisa beatífica de absoluta alegría, como si reventar al hombre al que debía proteger fuera algo meritorio o sublime. Este Qadri fue niño no hace mucho y habrá tenido madre y deseos y sueños y amigos, habrá sentido que el amor y la ternura le esponjaban alguna vez el corazón; quiero decir que es una persona como tú y como yo, solo que el fanatismo le ha abrasado el cerebro como un ácido hasta dejarlo así de idiotizado, hasta dibujar en su cara esa vacua sonrisa tan terrible.
Ya se sabe que, como decía el economista Carlo M. Cipolla en sus famosas
Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana, "el estúpido es el tipo de persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado" (esta es la Quinta Ley). Cierto: no hay nadie más cruel que un necio convencido de su necedad. Qué congoja produce la sonrisa pueril de Qadri, que tal vez fuera un chico especialmente obediente, especialmente
bueno, y por eso aún más predispuesto a reducir su mente a la pequeña y sucia nuez del dogma. Mató al gobernador porque este criticaba la Ley de la Blasfemia, una ley integrista que a su vez mata a quienes supuestamente critican al islam. ¿No es como para poner los pelos de punta? Y lo más angustioso es que Qadri fue vitoreado por miles de personas. A veces tengo la desesperada sensación de que el embrutecimiento fanático se va extendiendo como un vertido de petróleo que acabará engulléndonos. ¿Cómo hacerles pensar, cómo conseguir que recuperen la razón? Y Pakistán es una potencia nuclear, no lo olvidemos.
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