martes, 15 de junio de 2010

Ciego (Rosa Montero)

Como soy un verdadero zote en economía, siempre sentí un gran respeto ante los expertos en esta oscura materia. El dinero es el verdadero dios del mundo actual y los economistas son como los sacerdotes de la divinidad, una especie de altivos hechiceros de una magia elitista y hermética. Agitados por la crisis que nos azota, andan de acá para allá discutiendo entre ellos pero sin perder ni una pizca de su pompa, mientras sacuden sus sonajeros rituales confeccionados con ristras de moneditas de euro y sueltan frases lapidarias como si supieran de lo que hablan. Pero el problema es que no lo saben, y que su ignorancia empieza a notarse demasiado.

Por ejemplo: el nuevo dirigente húngaro, Viktor Orbán, dice que su país está al borde de la suspensión de pagos, y toda Europa se asoma a la catástrofe. Pero al día siguiente exclama: "Huy, exageré", y los mercados se quedan tan aliviados y tan tranquilos, como si todo fuera un mero juego verbal, un órdago de mus, algo puramente virtual e imaginario.

En mi desconocimiento de macroeconomía yo creía que la riqueza de un país tenía sus cifras y sus cuentas. Pero no: ¡todo es de boquilla! Esta insustancialidad, esta arbitrariedad lo impregna todo. ¿De verdad están haciendo los expertos algo útil para arreglar la situación? Cuando empezó la crisis, tanto tiempo atrás que ya ni me acuerdo, se habló durante un par de meses de la responsabilidad de los bancos. Pero hoy la banca sigue igual y de lo que se habla es de la responsabilidad de los trabajadores, cuyo empeño en cobrar a fin de mes o en tener cierta seguridad laboral está arruinando el mundo, a lo que parece. Qué quieren que les diga, no lo encuentro serio. Tengo la horrible intuición de que nuestros hechiceros saben tan poco como yo. Es como ir a toda velocidad en un autobús sin frenos carretera abajo y descubrir de golpe que el conductor es ciego. Quiero bajarme.

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