FERNANDO SAVATER 22/04/2010
El perfil de los jueces más hostiles a Garzón apunta a otro asunto: el GAL
para dictar las sentencias...
Pero, claro está, nada de lo dicho autoriza lo que ya no es imaginación sino pura y simple fantasía: o sea, convertir al juez Garzón en la última víctima del franquismo por haber intentado caballerosamente hacer justicia a las demás. Y, de paso, declarar que el Tribunal Supremo es un órgano judicial al servicio del fascismo o la reacción vengativa. La imaginación puede ser una función de la voluntad inteligente, pero este tipo de fantasías son sólo compensaciones masturbatorias de quienes no logran entender la realidad en que viven ni transformarla razonablemente. Malo será que nos quedemos sin el prestigio merecido de Garzón, pero tampoco parece bueno que lo pretendamos conservar a costa de cargarnos el de una de las instituciones más democráticamente necesarias del país... precisamente en el momento en que otras fuerzas no menos indeseables pretenden también inutilizar el Tribunal Constitucional.
Por lo demás, es dolorosamente probable que Garzón se haya ganado muchos enemigos a lo largo de su trayectoria y que haya resentimientos latentes en las acusaciones que hoy le afectan, pero... ¿es seguro que sean la venganza de los franquistas o de los afectados por el caso Gürtel?
El perfil político de los magistrados que le son menos favorables apunta a otro asunto conflictivo del pasado: el GAL. Sólo la franqueza a lo bruto de Rodríguez Ibarra ha recordado su supuesta "prevaricación" en ese caso, que tantos celebramos en su día. ¿No habrá algo de culatazo del GAL en las tribulaciones que hoy padece este magistrado y los falangistas son sólo la ocasión pintiparada de pasarle factura? En cualquier caso, parece prudente no enredarnos en juicios arriesgados de intenciones y esperar la decisión del alto tribunal, que personalmente deseo netamente absolutoria.
El caso es que el sectarismo hispánico se ha disparado a favor y en contra de Garzón con su habitual ferocidad inane, fiel a su empeño bifronte de conseguir un país invivible a partir de los despojos de un país en el que se había logrado convivir bastante bien. Desde luego, no creo que estemos al borde de reeditar el año 36 ni nada parecido, pero francamente: vaya lata que dan. El mayor misterio para mí es que c... colirios quieren los empeñados en pedir justicia histórica (¿?) para las víctimas del franquismo. Naturalmente, comprendo muy bien que quienes tienen un familiar asesinado aspiren a encontrar sus restos y enterrarlos con toda la decencia y el respeto debidos. Así se les prometió, además, aunque, como otras promesas gubernamentales, una vez cumplida su función electoralista se ha diluido en trabas burocráticas. Es un mérito de Garzón, por lo menos, haberse tomado en serio ese asunto. Pero no sé qué más se puede conseguir en el terreno de la reparación moral. Quizá hace 30 años hubiera tenido cierto sentido perseguir a los beneficiarios de la dictadura, pero a nadie -repito, a nadie con un mínimo de mando en plaza o responsabilidad- le pareció buena idea entonces: de ahí la Ley de Amnistía del 77. En las necrológicas del presidente polaco Kaczynski suele mencionarse con poco aprecio su iniciativa de una Ley de Memoria Nacional para descubrir y denunciar a quienes habían colaborado con el régimen comunista. Y eso que la mayoría están aún vivitos y coleando, amén de ocupando en bastantes casos cargos lucrativos. Pero se arguye, creo que con razón, que tal empeño justiciero dividía y enfrentaba al país, obstaculizando su futuro sin resolver su pasado. ¿Acaso alguien quiere un empeño parecido a estas alturas en España?
Confieso que la noción de "crímenes contra la humanidad" me resulta más religiosa o metafísica que jurídica: todos los crímenes lo son contra humanos, personales y concretos, no contra conceptos abstractos por edificantes que sean. En la Guerra Civil española se cometieron innumerables asesinatos contra seres humanos de una u otra ideología. Se dice que los que murieron por culpa de desmanes en la zona republicana fueron ensalzados durante toda la dictadura, mientras que los otros aún esperan reparación. Hombre, vamos a ver: no me parece que en las últimas tres décadas el franquismo haya gozado en ninguna parte de buena prensa ni sus víctimas sean denostadas o vilipendiadas por nadie como merecidamente castigadas. Ni en los medios de comunicación, ni en la escuela, ni en las tribunas políticas ni en ninguna parte. Es obvio que hoy ser falangista tiene bastante peor reputación que ser comunista, aunque puedan sustentarse históricamente reproches contra ambas ideologías.
De Franco y sus desmanes se ha dicho cuanto debía decirse y no ha sido bueno. Puede que haya nostálgicos atascados en el pasado, pero eso ocurre en todos los bandos. No es decente apelar a sentimientos agraviados, por ejemplo, de exiliados o herederos de exiliados en América que mantienen aún su demanda infinita contra una España que nunca habría llegado a la democracia actual sin renunciar a un ajuste de cuentas absoluto: haber padecido crímenes ayer y arteriosclerosis hoy no mejora la lucidez política de nadie.
Cuando discutíamos, José Bergamín solía decirme: "Desengáñate, la única solución es otra guerra civil y que esta vez ganen los buenos". Tras haber conocido la dictadura de los malos y ahora ver de cerca los modales de los buenos, prefiero que las cosas sigan como están.
Fernando Savater es escritor.
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