Siempre me ha llamado la atención la biografía de algunas personas. Normalmente se suele asociar la brutalidad, la violencia en su estado más puro con la incultura. Pero en ocasiones, determinadas biografías no sólo revelan que el genocida tenía cultura, sino incluso cierta sensibilidad artística o digámoslo más finamente, sensibilidad poética.
Recientemente, murió Eugene Terreblanche. Nacido hace 69 años en la región de Ventersdorp, durante más de 20 años Terreblanche encarnó, junto a su partido, el Movimiento de Resistencia Afrikáner (AWB, en sus siglas en afrikáans), a la oposición blanca contraria a la abolición del régimen racista del apartheid y a la lucha por la restauración de una república independiente para su pueblo (a la que se llamaría Boerstaat). “No habrá fuerza en la Tierra que nos impida tomar las armas si esa gente insana pretende crear un Estado de unida”. La frase, pronunciada pocos días antes de que Nelson Mandela accediera a la presidencia de Suráfrica, dibuja a la perfección la idiosincrasia de Eugene Terreblanche, un poeta frustrado. Su muerte fue por una disputa laboral, dos obreros a los que no pagó sus salarios.
Otro hombre de letras fue el Gran Timonel, Mao. Este hombre, sin ser un gran intelectual, si que se consideraba un hombre de letras, las ideas estaban por encima de la realidad, e incluso, claro está, de la vida de las personas. Escribió algunos libros de poemas y aforismos, que eran leídos por los chinos por obligación y devorados por los occidentales por devoción (Jiménez Losantos entre ellos, en su etapa maoísta). Entre los historiadores ha habido discusión sobre su figura. La mayor discrepancia entre estas visiones contrapuestas de la figura de Mao se refiere a cuál habría sido su nivel de responsabilidad en el fracaso de muchas de las políticas radicales que se adoptaron durante su liderazgo, así como a las cifras de muertos como consecuencia, directa o indirecta, de esas campañas políticas (los mas alcistas hablan de 70 millones, los mas bajistas dan 10 millones).
Estos dos personajes sin embargo llaman la atención (junto con el tercero, Radovan Karadzic) por haber sido poetas frustrados. ¿Cómo se puede compaginar ciertas preocupaciones estéticas con la sangre? ¿es que aquellos que creen en el absoluto pueden creer en todo absolutamente?
Existe un libro de Milan Kundera que se llama “La vida está en otra parte” en el que habla de un joven poeta, preocupado por la poesía, que no duda en denunciar a un compañero a la policía política. La vida está en otra parte, cuando las ideas nos impiden ver la realidad y los que es peor, a las personas que habitan en ella.
A continuación os adjunto un artículo muy bueno de Slavenka Drakulic sobre Radovan Karadzic, que me parece que ilustra mejor que yo (y con más conocimiento) la vinculación entre la poesía y el genocidio.
Karadzic, ¿un criminal diferente?
Slavenka Drakulic
Reconozcámoslo, Radovan Karadzic es diferente. Para empezar, tiene un aspecto distinto a todos ellos, los fornidos y grasientos políticos de los Balcanes, los generales rechonchos y sin afeitar, los delincuentes comunes de ojos astutos, los taxistas convertidos en policías secretos. Karadzic es un hombre alto y robusto, de barbilla enérgica y ojos grandes. Su cabello canoso, largo y alborotado, le hace parecer más una estrella de rock que un político. Es fácil imaginarlo en el escenario con un micrófono en la mano, cosa que hacía con frecuencia, aunque no como estrella de rock. Posee carisma y un estilo personal.
La historia de su vida -un individuo nacido en una pequeña aldea de Montenegro que llegó a Sarajevo, a la universidad, a la fama como poeta y, por último, a la presidencia de la República Serbia, por no hablar de su fama mundial como uno de los criminales de guerra más buscados- es seguramente material para una película. Una combinación del personaje tradicional del hajduk (ladrón) y el guslar, el poeta que recita poesía épica mientras se acompaña con un instrumento de cuerda: ¿existe alguna otra figura tan interesante como él entre las que solemos ver a diario en nuestros televisores? Karadzic es una especie de Doctor Poeta y Míster Criminal. Porque no hay duda de que es un criminal de guerra, y llegó a serlo por pura vanidad. Todos sus logros no le bastaban, quería el poder. La vanidad en sí no es un crimen, siempre que no le empuje a uno a una posición en la que pueda ordenar -y lo haga- el exterminio de casi 8.000 hombres musulmanes en Srebrenica en 1995, por no mencionar más que una cosa.
Todos estos años, cada vez que pensaba en Radovan Karadzic, no podía quitarme una imagen de la cabeza. Pertenece a un documental rodado durante el sitio de Sarajevo: estamos en Pale, una colina sobre Sarajevo desde la que el Ejército de la República Serbia bombardeaba la ciudad. Karadzic llega con un invitado, el poeta ruso Edvard Limonov. La Sarajevo sitiada se extiende a sus pies, en el valle, y se puede ver con claridad cada edificio, cada calle, cada árbol. Una posición ideal para disparar, podría decirse. Vestido con un abrigo negro, con un echarpe sobre el cuello porque es invierno, ofrece a su invitado y colega poeta, cortésmente y con una sonrisa, un "regalo especial" digno de un rey, de alguien que manda sobre la vida y la muerte. Ofrece a Limonov que intente disparar con una ametralladora dirigida contra la ciudad. Porque sí, como diversión. Prueba, le dice con chulería, como si estuviera retándole. Como en las películas, cuando un rey ofrece su arma a su invitado para que dispare contra los animales salvajes. Salvo que en una ciudad sitiada viven personas, no animales.
Limonov acepta el reto, se arrodilla detrás de una ametralladora y dispara. Todo el mundo está encantado, este hombre es uno de ellos, exactamente como ellos. A pesar de ser poeta, no es un blandengue. Como su propio poeta serbio, ha demostrado que es un hombre de verdad. Como si en los Balcanes ser poeta, o ser psiquiatra, o intelectual, no contase para nada. Después, los dos beben sljivovica con los soldados y comen cerdo asado, sin preguntarse ni por un instante si Limonov ha alcanzado a alguien o no.
Pero yo, después de ver el documental, sí me pregunté si Limonov había matado o herido a alguien. ¿Cómo era posible que intelectuales y poetas y psiquiatras como Karadzic hicieran algo así? Me costó tiempo comprender que ésa es una pregunta equivocada. Es una pregunta equivocada porque da por sentado que unos individuos que se supone que son más listos -los más cultos, los sofisticados, artistas, ¡por Dios!- tienen unos criterios morales más elevados que los demás, la gente corriente. Y, sin embargo, vemos todo el tiempo que, en cuestión de ética y moral, no son diferentes que nosotros.
Lo he visto cuando trabajaba en mis libros sobre criminales de guerra sometidos a juicio en La Haya. "No harían daño ni a una mosca". Los criminales de guerra proceden de todos los estratos sociales. Son profesores, escritores o mecánicos, camareros, empleados de banca o campesinos.
Existe la tentación de llamar a los criminales de guerra como Radovan Karadzic, Ratko Mladic y Slobodan Milosevic "monstruos" porque es la forma más fácil de no tener presente la terrible idea de que también nosotros seríamos capaces de cometer u ordenar atrocidades. Pero no hay monstruos. Nosotros, la gente corriente, nos hacemos esas cosas unos a otros, seamos poetas o carteros. Los seres humanos tienen la capacidad de hacer tanto el bien como el mal. Ahora bien, también tienen la facultad de elegir. Radovan Karadzic escogió el poder y tener poder en tiempo de guerra podía costarle un precio muy alto, que ahora tendrá que pagar.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Slavenka Drakulic es escritora croata y autora de No matarían ni una mosca.
lunes, 5 de abril de 2010
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